23.5.14

No sólo intelectualidad superior

Supongamos que la superioridad intelectual puede definirse como una capacidad de razonamiento y pensamiento lógico con la que alguien cuenta por encima de la de otras personas. Esta forma de inteligencia implica, para empezar, una comparación. Por lo tanto, para que yo sea superior intelectualmente debe haber alguien intelectualmente inferior. Ya empezamos mal, porque si mis virtudes dependen de la falta de los defectos ajenos, es fácil imaginar que me dedicaré a fomentar esos defectos para alimentar mi virtud a base de ensanchar la brecha. Es más fácil tirar para abajo que empujar para arriba.
Por eso, me gustaría utilizar otro concepto que no implique, al menos tan explícitamente, comparación. Hablemos de inteligencia, aún en el sentido más tradicional de la palabra, como la capacidad de razonar o entender.
Convenido este punto, es bastante obvio e innecesario explicar que a lo largo de toda mi vida he estado vinculada a personas a las que considero inteligentes y otras a las que no considero inteligentes. Evidentemente, hay mujeres y hombres en ambos grupos. Por si alguien necesita la aclaración en estos tiempos en que parece que volvemos a cuestionarnos preguntas de siglos pasados.
No es que sea necesario un extraordinario nivel para desafiar mi propio intelecto, pero sí es cierto que me he dado al esfuerzo de cuestionar, indagar, replantear y argumentar con gusto y responsabilidad. Considero que es cosa buena lo de esforzarse por entender y explicar, lo de reafirmar las propias ideas más allá de todo dogma y lo de tomar decisiones que impliquen a la razón entre otras herramientas.
He dicho alguna vez que yo hago un camino reflexivo de la vida, transitando a 10 centímetros del suelo e incluso a 10 centímetros hacia el interior de mí misma, para poder observar con perspectiva. Mi objetivo, la libertad. Por lo tanto, es fácil deducir que valoro positivamente este ejercicio de tratar de entender y razonar.
Sin embargo, no sólo de ideas viven mis preferencias. Cuento entre mi gente cercana a personas que, incluso ajenas al ejercicio del razonamiento exhaustivo, aportan una gran claridad ética, conocen los secretos del buen vivir, y presentan una sabiduría para la risa y el cariño que me resultan imprescindibles; aunque no sean capaces ni tengan intención de resolver un enigma lógico en su vida.
Del mismo modo que creo que la inteligencia no es imprescindible para el buen querer, pero ayuda, opino que tampoco es suficiente por sí misma.
Hay otro factor que, además de necesario, es determinante: la autoridad moral. En este caso me resulta más complicado aún hablar de superioridad o inferioridad. Me gusta aplicar más bien una gradación de compatibilidad. Por ejemplo, un genio de la antropología puede resultarme absolutamente repudiable y aburrido si acompaña su sapiencia con un discurso xenófobo. Una magnífica filósofa que es incapaz de trascender y no imponer los dogmas religiosos me da más asco que entusiasmo. Y esto tiene que ver con mi propia ética y moral, desde la cual sin duda elijo a quienes quiero tener a mi alrededor y las autorizo a interpelarme.
A esta altura estará claro que me resultan más atractivas las personas que, con su capacidad intelectual, me ofrecen un desafío, aquellas que me dejan frente al acantilado del pensamiento con un irrefrenable deseo de saltar; pero sobre todo aquellas que me invitan a planteamientos tanto éticos como intelectuales.
En fin, vuelvo al comienzo: no todos son ideas. Por lo tanto, quien tenga intenciones de caerme bien lo tiene crudo si intenta utilizar una apariencia lógica vacía de todo contenido moral. Y peor aún, me resultan tan insoportables las discusiones basadas puramente en la dialéctica y la oratoria... Me parecen una pérdida de tiempo los debates destinados a definir superioridades. Los debates no se ganan ni se pierden. Si un debate es bueno, ganan todas las partes, incluso quien modera y quien escucha. Claro que para eso, hace falta disposición de espíritu para el entendimiento y la colaboración, a las que no todo el mundo está dispuesto.
No es obligatorio, no hay ninguna ley por la cual quien no razone va a prisión o paga multa. Pero como tantas cosas en la vida, puede que esta también tenga truco. Nadie te puede obligar a pensar, pero sí inducirte a no pensar, y cuando no pensamos somos más dúctiles. Esto, en un sistema que se basa en la manipulación como táctica, me da mucha rabia. Pero sobre todo, me anima más aún al ejercicio de reflexionar, como acto de rebeldía.
Por eso, la actitud crítica, la invitación al debate, los foros, los dilemas, las ganas de preguntarse si lo que que se hace es lo correcto o qué debería hacerse, son actitudes que me resultan profundamente atractivas y revolucionarias.
A quien combine esta actitud inteligente con valores compatibles con los míos, estoy dispuesta a darle el poder, con su correspondiente responsabilidad, para tomar las decisiones que afectan a la sociedad de la que formo parte: el mundo.

14.5.14

Conmigo no

Manipular desde el poder.
Eso es todo.
Me dijo.

No hacen otra cosa.
Me dijo.

Lo sé.
Le dije.
Pero qué asco.
Le dije.

¿Y por qué tienen poder?
Me dije.
¿Podrán conmigo?

No, conmigo no.
Me dije.
No pienso colaborar.
Me dije.
Tendrá que ser en mi contra.

Porque conmigo, no.
No.



Desierto de hielo

Blanco, mudo, inamovible
un desierto de hielo
se tragó el deleite.

Rebuscando.
Marcada a cuchillo
la promesa de voluntad.

Soldado el pico en la mano,
engrilletados los tobillos,
dispuesta a la pena.

El abismo blanco y mudo
es aterrador.

Puede que nunca vuelva
a crujir la grieta donde
extraer el gozoso líquido.

Puede que nunca vuelva
a sonar el plasma
y que no vuelva a decir.

Es posible
que se haya ido para siempre
la luna llena de las palabras.

Pero refiero la cicatriz,
la silueta diluída bajo el témpano,
las rodillas rojas,
al hielo

Entonces,
aquí estaré
                   buscando
cuando nada suceda.

Efecto photoshop



No hace falta ser feliz para ser feliz, basta con parecerlo. A pesar de lo que nos indica nuestra memoria, esto no es un consejo de autoayuda. Esto es la denuncia de una estrategia que intentan imponernos. Dejo la reflexión sobre los libros de autoayuda para otra vez y no descarto su vinculación con esta idea.
Decíamos: para ser feliz, basta con parecerlo. ¿Parecer felices? ¿Cuál es la imagen de la felicidad? También nos han explicado eso. Mujer feliz: blanca, rubia, de ojos claros, delgada, joven de gestos suaves y sensuales, sumisa y a la moda (cara).
Hombre feliz: blanco, entre joven y maduro, delgado, fuerte, rico, formal y sobre todo poderoso.
Lo perverso del asunto es que la mayoría de estas cosas no podemos elegirlas y otras cuestan muy caro en tiempo, energía, libertad y dinero, por lo que estamos condenadas y condenados a la infelicidad...
Podemos sacarnos todas las fotos que queramos y si nuestro reflejo no se parece a nuestro sueño (al sueño que nos han enseñado a soñar), no importa; para eso está el photoshop y todos los programas de edición. Nombro al photoshop porque ya ha dejado de ser una marca para convertirse en una ideología. Supongo que esto va un poco más allá de lo que pensaban quienes lo crearon (supongo, al menos al principio, ahora no sé). Editoras y editores del mundo han encontrado en este software una herramienta para modificar la realidad.
Lo que vemos a través de los medios de comunicación modifica nuestra percepción de la realidad, modifica lo que pensamos, conforma nuestro imaginario respecto del mundo en el que vivimos, incluso cuando lo que ofrecen los medios es irreal.
Para empezar, durante mucho tiempo ni siquiera supimos que lo que veíamos era falso. Un día empezó a correr la voz: Esa que vez no es Claudia Schiffer. Ese que aparece en la portada, no es Richard Gere. Esa construcción militar en Irak está realmente en China. Ese avión que aparece en la fotografía no estaba en Oklahoma. Esa modelo no es tan delgada. Ese que está ahí es el que aparecía en la revista de moda, aunque no lo parezca.
Se castigaban incluso las imágenes reales: la actriz que sale despeinada a hacer las compras, el empresario que muestra los michelines, la braguita, los pelos en la oreja...
Más tarde, empezamos a ver los procesos de transformación paso a paso, el antes y el después. Aprendimos incluso a realizarlos por nuestra cuenta todas las personas que no vivimos de eso y empezamos a sentir incomodidad ante nuestra propia imagen sin retocar.
Entre el estupor y la indignación escuchamos a alguna modelo quejarse de que su imagen ya no era la propia sino la de otra inexistente. "Ojalá yo fuera como ella", dijo una de sí misma en las fotos (no consigo encontrar la cita para ponerle nombre).
Incluso la palabra fotografía cambió de sentido. No sé si cambió su definición formal pero sí su connotación. Lo que antes era una prueba irrefutable es ahora un efecto, un impacto, un anzuelo, un modelo, un sueño a alcanzar. Es, en definitiva, lo que queremos que sea y, en el caso de las revistas de moda y sociales, lo que queremos ser.
¿Que no somos guapas? no importa. Las fotos están divinas. ¿Que no estamos cachas? No importa. La imagen es perfecta.
Los programas de edición de imagen están siendo utilizados para que nos concentremos en crear una realidad virtual en la que somos felices porque nos parecemos a lo que nos han dicho que debemos ser para ser felices.
Y lo que pasa al final es que nos perdemos. No estamos atentas, activas, presentes y concentrados en el mundo real donde somos imperfectas y esto no nos impide la felicidad real. Esto es lo que resulta más cómodo para quienes no quieren que estemos aquí, en el mundo real, reclamando, exigiendo, defendiendo, ocupando, disfrutando, creando, construyendo, opinando, decidiendo, cambiando.... ¿Sigo o son suficientes verbos revolucionarios?

11.5.14

Ancha

Como erupción de lava ardiendo
el torrente llenará impetuoso
el camino hacia la boca
y te enrollará los párpados
y te sacudirá las barbas
antes incluso de estrellarse
en tu orgullo
de macho
        ignorante
                       bruto.
No me importa que no entiendas,
ni tu cara estupefacta;
o si pretendes reclamar ofensa.
Calla.

Lo único que importa es mi voz.
Y yo,
ancha,       ancha,        ancha...

Por fin,
arrebatada, acalorada, gorda,
libre y feliz.