Arriba, abajo, de izquierda a derecha, viceversa y diagonal...
Mi cerebro parece una telaraña, no hay ideas sueltas, todas están conectadas entre sí. No se pierde ni una en el camino, todas están atadas y bien atadas. El glaucoma, con la indiferencia. El asco con el sol. Las empanadas con un bolígrafo. Y si toda la vida te has estado preguntando qué tiene que ver el tocino con la velocidad, no te preocupes, seguro que mi cerebro lo sabe. Y así.
Caminando con vara de equilibrista por esas lineas se puede recorrer todo el espacio de mi cabeza, con paradas en todas las neuronas.
Yo no lo controlo. El muy cabrito está ahí agazapado con el tiralíneas y el tintero en la mano, con la mirada atenta, esperando ver aparecer otro pensamiento en ese cielo estrellado para dibujar una nueva constalación.
Qué estrés, pobre cerebro mío, que no me dejas dormir ni despertar con tanto ajetreo.
¿Y qué haremos cuando las líneas superen las ideas, cuando ya no quede hueco para nada nuevo?
Me voy a regalar una goma de borrar y un rollo de cinta aislante para preservar algunas imágenes de mi memoria libres de conexiones poco estimulantes.
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