Lo dice ella, Natalie Nougayrède, la nueva directora de Le Monde:
“Sin calidad no hay periodismo”. Hay publicaciones que hacen más daño que el
silencio, digo yo. Sé que me estoy exponiendo en este momento a un alto riesgo
de ser malinterpretada. Soy consciente de que mis palabras sonarán alarmantes
en muchos oídos unidos a cerebros poco afinados. Pero es un riesgo que decido
correr porque creo que hay una verdad no dicha, que así lo merece.
No hablo de censura, ni de que aquellas voces que siempre
estuvieron calladas lo sigan estando. Todo lo contrario. Creo que por una vez,
el silencio puede ser un espacio que se llene de verdades novedades, verdaderas
noticias. Que lo que no tenemos por costumbre oír llegue a nuestros oídos.
Puede que al principio suene a chirridos, pero la música está allí.
Para ello, hablo de callar a veces, cuando hace falta. Hablo
de no hablar de más, sin pensar, sin medir las consecuencias. De no repetir,
por repetir, que “ya llega el verano”, “ha vuelto a nevar”, “qué buenos somos y
qué mal lo pasamos”, “y qué terriblemente malos son los otros por lo que se
merecen lo que les caiga”.
Una vez más creo que a muchas personas nos sobran los
minutos para ver nuestros nombres impresos cuando decidimos firmar ciertas obras;
y en cambio nos falta las horas par medir qué pasará con eso que hacemos, para
qué y por qué lo hacemos. A quién beneficiamos y a quién perjudicamos.
Hay consecuencias insospechables. Pero desde luego, hay
algunas consecuencias muy evidentes -reproducidas una y mil veces a viva voz-
que elegimos, con plena conciencia, ignorar. El arte de la propaganda es viejo
y conocido. Una persona que haga uso de
un espacio mediático intoxicada por el pandemóniun hegemónico de los medios, es
alguien que más, o igual, valdría vendiendo camisetas con logotipos a todo
color.
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