2.9.17

Levi

Mi gata huele a galletas maría. Lo sé porque se deja besuquear el cogote y aprovecho para olerla.
Conoce todos mis rituales, incluso aquellos que todavía yo no sé que lo son.
El momento de salir: el abrigo y las llaves que descansan en la jirafa. Bueno, en realidad es una cebra, pero un día me pareció que era una jirafa y así se quedó. Justo antes de dormir: una oportunidad para meterse en el armario cuando doblo la ropa. Me ha demostrado que soy mucho más previsible de lo que imaginaba.
Mientras inauguraba mi agenda del año próximo, se ha comido la cinta marcapáginas, como queriendo decir: menos planificar y más hacer. "Vive el presente, tía". Eso me dijo mi gata.
Ahora mira la pantalla mientras escribo. No mira mis manos, mira las letras que se van dibujando en fila. Debe ser miope porque se ha acercado para ver mejor.
El resto del tiempo, descansa en mi regazo y desde allí ve pasar la vida. Es una gozada su cuerpito caliente y suave, pero me inquieta pensar que su universo será siempre y sólo esta casa. ¿No podría ser diferente? ¿Qué será lo mejor? De una vida de riesgo y muerte temprana ha pasado a la seguridad más que probable de un apartamento de 56 metros cuadrados. No se la ve mal, se la ve a gusto. Quizás su pronóstico de muerte accidental le enseñó a pensar sólo en el presente...quizás por eso mordía la cinta de mi agenda.
Todo es un juego para ella y es muy curiosa; pero prefiere la compañía al juego. Por eso ahora descansa en mi regazo, se deja mimar y pide más todo el rato. Busca el sol y los lugares tibios y blandos.
Quizás este pequeño universo precedible le dé seguridad para iniciar sus ejercicios acrobáticos hasta la parte más alta de las librerías: una vista panorámica y algo alejada desde la que puede contar las cosas tal como las ve.

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