26.11.13

Leyendo: la maquinaria

Domingo por la mañana. Bajo a comprar el periódico. Decido comprar dos, uno nacional y uno local. También miro el buzón y saco una propaganda de una empresa de telefonía.

Lo primero que leo es una propaganda en la que se me ordena: "Siente el placer de estrenar móvil". Sí, usan el modo verbal imperativo, segunda persona del singular. El volante está a mi nombre. Se dirigen a mí, claramente. 

Pero no saben quién soy y cómo pienso. O sí, pero han decidido convencerme de que cambie.

¿El placer de estrenar móvil?

Tengo móvil y lo uso mucho, es verdad; y mi vida sería probablemente diferente (dudo si mejor o peor) sin él. Pero de ahí a sentir "placer"...

Cada vez qeu estreno aparato me estresa la necesidad de aprender un montón de mecanismos nuevos, nuevos razonamientos. Ahora no es apretar, es deslizar. Mi dedo pulgar es menos útil, pero porque cede espacio al índice que entra pisando fuerte. El paso al andorid fue duro.

Pero fundamentalmente mi falta el placer al estrenar móvil tiene que ver con otras cuestiones. La más seria, grave e importante es el hecho de que mi nuevo teléfono (tiene cuatro meses, es nuevo), y el que he descartado por inservible, están fabricados con coltan, como todos los demás. Ese coltan proviene de la República Democrática del Congo, del este de ese país, donde se encuentra el 80 por ciento de las reservas mundiales de este mineral; la zona donde hace década y media se desarrolaln cruentos enfrentameitnos por el control de dichas minas. Los grupos armados más y menos legales, figuritas de metegol dirigidas por las diestras manos de empresas y gobiernos itnernacionales , causan muerte, dolor y destrucción a toda la gente que vive allí.

¿Placer? ¿Cómo puede alguien sentir placer sabiendo eso? Pero es que además sé algunas cosas más. Sabemos algunas cosas más.

Sabemos que el móvil que acabo de descartar estaba programado para empezar a fallar en más o menos un año, se llama obsolescencia programada.

Sabemos también que cada nuevo móvil implica una nueva dependencia. Antes tenía el nombre de contrato de permanencia. Ahora esto se una menos, pero la esclavitud se resuelve con otras estrategias retorcidas, disfrazadas de derechos y libertades del tipo "conéctate donde quieras, envía fotos de todo lo que hagas a tus amigos y chatea todo el día sin parar o resígnate a la soledad porqeu eres antisocial". También hay sistemas de atención al cliente que no funcionan, contratos fraudulentos que no se reclaman y no se castigan, planes de precios all inclusive que ponen nuestras herramientas tecnológicas de comunicación en manos de esta gente. Por suerte, la comunicación familiar va por otro lado... ¿no?

Sigo: internet ya es una necesidad a todas horas, candy crush, fotos, redes sociales... todo nos va atando más y más. Todavía no sé cuáles son las ventajas. 

Que me disculpen, pero yo no puedo sentir placer cuando estreno móvil; sino más bien rabia, indignación y preocupación porque no tengo las herraminetas para conocer realmente los alcances de esta estrategia.

Por suerte, venía en el periódico local un artículo pequeñito pero interesante. la autora defiende la libertad de no tener móvil. "Tendré más tiempo para mí y seré un poco más libre", dice al final. Y yo creo que eso es lo importante: ser libres. Aunque muchas veces consumimos su significado.

Dentro del mismo periódico venía otro anuncio de telefónicas... en este caso la propuesta era directamente una fusión: "Seas como seas, hay un Fusión para tí". O sea que ya están intentando eso de meternos el móvil debajo de la piel. Esa teoría del microchip de las películas... Y supongo que a eso también lo llamarán libertad, exito en la vida o algo por el estilo.

La sugerencia venía ilustrada con niños y niñas con una apariencia muy entretenida. Supongo que eso es lo que desean de la población mundial.

¡Atención! Ahora es el momento de acusarme de paranoica conspirativa. Pero aún no he terminado.

Resulta que esta cosa de las telefónicas no es la única idea que han tenido para mantenernos, paradójicamente, calladitos y quietitas. Esta cosa de los móvil puede parecer muy aislada, pero no. Resulta qeu el futuro que nos espera ya está escrito (lo leí en el periódico) y es el siguiente:

Curioso... en este caso no utilizan la segunda del singular. ¿será que todoas las peronas tendremos eta posibilidad?
 En este caso sí. Esto será útil seguro para nuestros trabajos del futuro o algo así, y va con signos de exclamación...
 Ahá... ¿quiénes? ¿a quiénes? Sólo veo primera del plural.
 Este usa la tercera, es más génerica, suena a anzuelo.
Y volvemos a la segunda persona... para controlar, controlar y controlar.











Y hablando de controlar, éste me llegó al alma:













Pero si realmente quieren tener todo bajo control tendrán que abarcar todo el espectro. 
De 0 a 99 años, aunque el dicho ya se va quedando corto:









Y por las dudas, con instrucciones de compra, digo de uso:









Sí, quizás me estoy volviendo un poco perseguida. Pero no hago más que leer las noticias. ¿Y qué queda por controlar? ¡Ah, sí, el tiempo!

Bueno, a esta altura no les sorprenderá saber que tanto en el periódico nacional como el local, de líneas editoriales diferentes y empresas diferentes, publicaron el mismo día estos originales artículos de fin de año:













¿Se ve claro? El de arriba pone "ESPECIAL RELOJES" y el de abajo pone "Los relojes que marcan tendencia".

¿Qué queréis que os diga? Esto de "leer" es interesante... Y estamos hablando de un par de periódicos que puede que no lleguen a ser del todo conscientes. Imaginaos toda la maquinaria.

Este es mi ejercicio, pero hay mucha gente leyendo, escuchando, observando y sintiendo por ahí...

10.11.13

Me gusta que me escuches

Yo pienso muchas cosas. Todo el tiempo estoy pensando. A veces pienso más con la cabeza y a veces más con la tripas. Pienso con los ojos, los ovarios, los pies y las manos.
Y siento, intuyo, atisbo muchas cosas también. Con cada parte de mi cuerpo, incluyendo mi cerebro. Soy así. Y me gusta tener tantos sueños, ideas, pensamientos y sensaciones dando vueltas. Yo qué sé. Soy así.
Por ejemplo, muchas cosas siento y pienso del lugar en el que vivo. Y me pregunto, y me propongo... Incluso a veces las cuento.
En ese remolino, también me acuerdo, de golpe, que soy inmigrante. Porque es algo que sé, que está siempre ahí pero como por detrás. Es como cuando te das un golpe en el dedo meñique de la mano izquierda, o la derecha, la que menos uses. Te duele. Entonces vas buscando hacer las cosas sin usar ese dedo. Agarrás el vaso sin tocar con el meñique. Te secás con la toalla haciendo más fuerza con la mano derecha. Pasás con cuidado la manga del jersey para no rozar el dedo... y poquito a poco te vas olvidando de que lo estás haciendo. Y vivís con tu dedo meñique magullado sin darte cuenta de que te duele.
Pero de pronto, alguien habla de dedos meñiques, o te rascás la cabeza y te duele el dedo. Y te volvés a acordar. Y decís: “Ah, cierto que me había golpeado y me dolía”.
Algo parecido me pasa con lo de tener pasaporte extranjero. En otro lugar sería pasaporte, sin más. Acá, es extranjero.
Por ejemplo, a veces me pongo a hablar de los partidos políticos, habla de los mayoritarios y de los que sueñan. Habla de los que mandan y los que podrían tener la posibilidad de gobernar. Normalmente, conversamos sobre ello, no hablo sola. Y la otra persona también opina, reflexiona y comenta. Y de pronto me pregunta: ¿Y tú a quién has votado en las últimas elecciones? Y ahí, ¡bum! De golpe vuelve a mí la conciencia del pasaporte. Y tengo que responder: “No, yo no voto. No puedo votar, soy extranjera y sólo voto en las europeas y las municipales. Pero esas sí voto ¿eh?”. Es habitual que la otra persona se sorprenda, indague más y entonces ya no hablamos de la política de los partidos. Hablamos de la política de las personas, de la participación de derechos y, claro está, de inmigración. Y justo cuando debería ser más persona, soy inmigrante. En el buen sentido, ¿eh? Quiero decir, no me tratan mal. De hecho, es muy probable que la otra persona se indigne conmigo y nos unamos en la convicción de que hay mucho por hacer. Pero ya volvió a dolerme el meñique.
Otras veces, hablo por ejemplo de la ciudad donde vivo hace más de once años. Comento las ventajas y desventajas de vivir aquí, o los cambios en el paisaje urbano; recibo visitas a las que sirvo de guía como cualquier otra lugareña; oriento a alguien que quiere llegar a algún lugar... Y me siento una más o una menos, según el caso. Pero desde luego, parte de la ciudadanía. Pero de pronto, como un fogonazo de lucidez, cruza por mi cabeza otra ciudad, mi ciudad natal, el barrio en el que me crié, la casa donde nació mi hija, a 10.000 kilómetros de acá. Y recuerdo que no siempre fui de Bilbao. De hecho, fui de muchos sitios antes de ser de acá.
Cuando me pasan estas cosas me quedo bastante desconcertada y sin saber cómo sentirme. Por momentos, incluso puedo llegar a sentirme inhabilitada para opinar sobre algunas cuestiones. Y eso no está bien.
Pero más allá de localizaciones geográficas y sociales las personas hablamos de otras cosas. Por ejemplo. A mí me apasionan otros asuntos, como la comunicación, las relaciones de género y la paz. Y escribo y pienso y siento mucho sobre todo ello. Y me entusiasmo, opino, contesto...
Pero el otro día, de pronto, ¡zas! Me invadió una sensación extraña, como de no estar siendo transparente con la gente que leerá lo que escriba, como esa gente que te ofrece para firmar un contrato sabiendo que hay cuestiones que no han sido aclaradas y podrían perjudicarte.
Hace tiempo trabajo en el desarrollo de una idea que vincula estos tres temas: comunicación, género y paz. De momento, trabajo en ella por lo que todavía no puedo explicarla muy bien. Son cuestiones más bien universales, en el sentido de que afectan a todas las personas en el planeta, seamos o no conscientes de ello. Todas nos comunicamos. Todas nos relacionamos con otros géneros y con el nuestro propio. Todas necesitamos paz positiva para vivir bien. Y a mi me gusta reflexionar con todos los sentidos sobre cómo se relacionan esas tres realidades.
Y en eso estaba cuando me asaltó una incomodidad moral como de “Pero yo no avisé que soy inmigrante.¿ Y qué tengo que estar opinando yo de estas cosas y proponiendo ideas a la gente que nació acá y que lleva toda su vida acá si no soy de acá? ”. Me sentí desautorizada una vez más.
Volví corriendo a lo trabajado para releerlo y ver cómo podía hacer para ser sincera de verdad y descubrí dos cosas.
La primera fue que ya estaba en ese texto reflejada mi condición de inmigrante. Que es tan parte de mi que lo incluyo sin siquiera darme cuenta de que lo estoy haciendo. Incluso, aunque no lo dijera estaría allí, porque yo soy inmigrante. Pero además, está explicitado en ese trabajo. Esto más que un descubrimiento es un recordatorio, algo que siento necesario volver a aprender muchas veces.
La segunda cosa que descubrí fue que ese prejuicio, esa autodesautorización, era falsa. ¿Qué tiene que ver ser inmigrante con poder opinar? Ahora me río pensando en lo ridículo de mi incomodidad, de mi temor de no ser auténtica y veraz en mis opiniones si no advierto de mi condición de inmigrante. De hecho es tan ridículo que antes de escribir tendría que anunciar que soy inmigrante, pero también que soy mujer, que tengo 38 años, que soy madre, que soy periodista aunque no trabajo de ello, que vivo donde vivo y con quien vivo, que tengo trabajo, que no sé cocinar, que me gusta escuchar a Fito y Fitipaldis y a Fito Páez... vamos, un sinsentido.
Creo que realmente todas esas cosas y muchas más son condicionantes de quien soy, pero ¿por qué no me siento obligada a avisar de eso y sí me siento obligada a avisar que soy inmigrante?
Supongo que por la sensación de cómo serán recibidas mis palabras si digo “soy inmigrante”, que no es lo mismo que decir “no sé cocinar” o “soy periodista”. Quizás si dijera “soy mujer” también podría pasar algo parecido. Bueno, en general, tendemos a sacar conclusiones precipitadas de datos parciales y, lo que es peor, a tomar decisiones en base a esas conclusiones.
Pero como iba diciendo, esa sensación de una recepción diferente de mis palabras es, por supuesto, una construcción mía. Una construcción que yo hago en base a un montón de factores propios y ajenos; entre ellos, una inseguridad no resuelta y también las respuestas que ya he recibido en ocasiones anteriores al decir “Soy inmigrante”, o “Soy argentina”, o “Tengo pasaporte extranjero”.
Y sabiendo que no es lo mismo decir que no decir, lo primero que pienso es que no es obligatorio avisar. De hecho pienso que si no lo digo puede que consiga más atención para mis ideas, una atención que no se dispersará en el hecho de que como soy de otro sitio tengo otras ideas y que cómo hablo y todo eso. No, no es obligatorio avisar y puede que sea útil camuflar esa condición, pero sólo a corto plazo.
Porque pienso que es bueno que las personas nos vayamos acostumbrando a pensar y sentir que es bueno escuchar ideas diferentes de gente diferente con ganas de hacer cosas buenas, participar y opinar. Es importante que nos acostumbremos al ejercicio de incorporar la diversidad y mezclarnos. Y es bueno porque salen cosas nuevas.
Por eso, vuelvo a pensar, a sentir, a emocionarme, a creer y digo: “Soy una mujer inmigrante, tengo algo para decir y me gustaría que me escuches”.

6.11.13

Olor

La calle huele a sucio. Será el calor.
El viento arrastra la basura, la acumula en un rincón y se moja con la lluvia; allí se queda pudriéndose y juntando moscas.
La calle huele también a soledad, en la cara de la gente que toma el bus a la mañana vestida para ir a buscar trabajo.
Huele además a sucio, en las decisiones políticas que dejan a a las personas sin derechos y sin alegría.
A prepotencia huele, en las actitudes altaneras y violentas de las fuerzas del orden, ese orden preestablecido por el gobierno desde siempre y por la gente, casi nunca.
Despista y desilusiona el olor a desidia de la masa dominguera, que sale los siete días a zuritear y quejarse de lo mal que va todo. Y ya, sin más, qué se le va a hacer.
Un asco, el olor de las calles.
Y pensar que esta mugre se gestó cuándo todo olía a promesa, como el pan recién horneado. Se me hiela el corazón recordando.
La calle huele a sucio. Será el frío.

3.11.13

Todos para uno

“Eres muchos hombres. Todos están en ICON”. Este es el eslogan con el que se anuncia el lanzamiento de un producto “nuevo”, una revista masculina de un periódico nacional. La revista todavía no se ha estrenado, hay que esperar al próximo jueves, me carcome la ansiedad...
El anuncio de formato “rompepáginas”, incluido en el suplemento literario de los sábados atrae mi atención y me animo a pensar y escribir.
La imagen elegida para este anuncio es la de un hombre blanco, anglosajón, delgado en edad madura. Hombre recio y con personalidad propia. Es de clase acomodada, fino y elegante. Y muy serio. Porque los hombres hablan de cosas serias e importantes, ya se sabe. Mirada al infinito en plan épico. Ropa negra (serio, responsable, duro). Fondo difuso, sólo una luz difuminada para destacar los rasgos severos de la cara masculina.
¡Qué diferente a las revistas femeninas! Incluso las del mismo diario. Esas con portadas y páginas llenas de color y protagonizadas por “muñecas” jóvenes, guapas y sonrientes, sin personalidad propia.
El anuncio de ICON es en blanco y negro, el único color añadido es, por supuesto, el azul, para destacar la fecha del primer número de la revista y el hecho de que es “nueva”.
No hay más información. No se anticipa el contenido de la nueva revista. El único objetivo parece ser la identificación de los hombres. Habrá que esperar al próximo jueves que sale el “Nº1” gratis con el diario...
Le pregunto a mi hija de 14 años qué ve en ese anuncio. Lo primero que dice es que “es un anuncio de un perfume”. Supongo que esto se lo sugiere el aire conceptual del anuncio, que no ofrece nada concreto, sólo una sensación.
Dice que el hombre que aparece en la imagen tiene “pinta de violento, mirada de psicópata”. El hombre se cruje los nudillos como anticipando el golpe.
Le pido más observación y me habla de que el hombre tiene una “actitud de superioridad monetaria”, como diciendo “Soy más que tú”.
Creo que esta última frase es de gran acierto. No podría explicarse con más claridad. Estamos hablando de un ícono, un modelo, un objetivo a alcanzar: el éxito. El nombre elegido para este producto es ICON, ícono, representación, signo semejante al objeto representado.
Recapitulemos:
- Anuncio rompepáginas: imponiéndose, mandando sobre el diseño a toda la página.
- El hombre, el modelo, el canon del éxito, en el centro de la imagen, único, magnífico, destacado.
- Referencias constantes al número 1 en el texto. La I (1 en números romanos) del logotipo de la revista, contiene el nombre del periódico. Todas son referencias al macho alfa, el número 1 (el primero, el mejor).
Me atrevo a arriesgar que buena parte de las páginas estarán cubiertas de anuncios de coches, relojes, productos tecnológicos, y puede que moda masculina, productos cosméticos y perfumes para hombres.
El anuncio se completa con un auspicio de Alicante, puerto de salida de la vuelta al mundo a vela. El deporte, otro tópico.
Después de pensar estas tres o cuatro ideas fundamentales, esa supuesta diversidad anunciada en el eslogan, “Eres muchos hombres. Todos están en ICON”, empieza a tomar un nuevo cariz. La idea subyacente para mí es la siguiente: “Si realmente eres un hombre diferente, no te preocupes; ya nos encargaremos de traerte de nuevo al buen camino. Consume lo adecuado. Consume lo correcto y serás exitoso. Serás feliz. Y nosotros seremos ricos”.
Entonces, me dirijo al sitio web del periódico en busca de más pistas. En el artículo que anticipa la publicación, se confirman algunas previsiones.
Ahí nos informan que se trata de una publicación mensual de moda masculina. Podrá ser gratuita o de pago, según se quiera.
Allí se habla de “un hombre Icon”, con el que el equipo de la revista etiqueta a quienes considera merecedores. James Franco, portada del número 1, es un actor, sí, pero sobre todo es un hombre ambicioso, con inquietudes multidisciplinares “con las que comulga la cabecera”.
Este producto importado de Italia, se anuncia como una “empresa” que nace “de la falta de complejos, de una buena ración de épica y romanticismo, y de una idea: plasmar desde la óptica masculina ese concepto tan desdibujado al que llamamos estilo”. Icon definirá “estilo”.
El director, Lucas Arraut, asegura: “Renunciamos al estándar clásico de masculinidad, queremos abrazar las más diversas masculinidades”. ¿Están intentando ajustar el canon tradicional a los tiempos de crisis? ¿Y cual es la diferencia?
Arraut dice: “No nos incomoda el carácter prescriptor de las revistas de moda y tendencias, es más, nos gustaría ser una guía sensata al mundo del consumo, sin complejos, pero si algo se ha devaluado estos últimos cinco años es la idea del estatus asociado al despilfarro: esa idea tan de los años dosmil de revista para millonarios o para los que creen estar a un paso de convertirse en uno. No es solo por sensatez, nos parece más atractivo y contemporáneo reivindicar el consumo inteligente, la compra con cabeza”.
La primera imagen, no habla de cambios, sino de más-de-lo-mismo. Que baje un poco el precio, no cambia nada. Un nuevo intento de presentar como novedad, lo preestablecido, lo sabido, lo que debe ser.
En el artículo online, se anticipa una página de Club, la pequeña guía ilustrada de la elegancia masculina. El aspecto de esa página es el de una revista de los años 50. Allí se analiza el estilo de vestir de Pep Guardiola, al que califican en el mismo titular como “Prácticamente perfecto”. Un hombre, deportista, exitoso, millonario, en edad madura, guapo, vestido de traje, mirada al frente. Un auténtico “hombre Icon”.¿Novedoso? Poco, ¿verdad?.
En el artículo se hacen referencias al mercado de la moda masculina. Los hombres siempre hablan de economía. Pero el redactor jefe se atreve a acaparar todo el mercado: “Aunque esperamos que la revista atraiga también a las mujeres (…) Y no solo porque ellas puedan sentir curiosidad por lo que piensan o desean los hombres, sino, simplemente, porque ellas están sentadas en el asiento de al lado, y hoy nos turnamos el volante”. Coches con mujeres en el asiento de al lado...
En fin, que no he podido resistirme a este obvio análisis ni a la consiguiente advertencia de que no hay nada nuevo en esta novedad excepto, acaso, un nuevo intento de disfrazar el mensaje.