18.2.14

Cuestión de medida

Esto no es la primera vez que pasa, ni la primera vez que lo pienso. O yo no estoy hecha a medida del mundo o el mundo no está hecho a mi medida.
Y de ahí parte todo, pero ni es tan así ni soy tan así.
Por más únicas que seamos las personas siempre compartimos algo con alguien más. Imaginaos que nuestro ser, no sólo nuestro cuerpo, estuviera integrado por 98 trocitos, por ejemplo. No habrá ninguna otra persona que cuente con la misma combinación. Supongo que habrá gente constituida también de 3 trocitos o 120, o 1 único y enorme. Pero creo que seguro que encuentro gente que tiene alguno o varios de mis 98 trocitos.
Eso me pasa con la sensación de las medidas, el mundo y yo. He encontrado a otra gente que también le pasa, aunque no siempre lo defina con las mismas palabras. Eso es lo bueno de las palabras.
Ese trocito en común me permitió evolucionar el pensamiento. Comprendí que yo y esas otras personas somos el mundo, también. Lo que pasa es que no mandamos. La medida del mundo la marca la gente que manda, que tiene el poder, cada cual en su tiempo y su espacio. Es la gente que puede decir cuánto mide el mundo y lo hacen medir a su medida. Por lo que parece, para que el mundo sea a tu medida, tienes que mandar.
Lo que pasa, es que para mandar hay que ser de una determinada manera que yo no soy, y la gente que comparte la sensación tampoco. Claro, el mundo no está a nuestra medida, porque no estamos a su medida. Ese es el precio del poder: la medida, el molde. Algo que no estoy dispuesta a pagar.



¿Cuál es la medida del mundo entonces? Ni idea.
Puff, si fuera tan fácil saber de qué se trata... lo que sí sé es cuál no es es mi medida y algunas cosas que veo por ahí. Cuando hablo de la medida del mundo hablo de personas que no piensan ni sienten como yo.
La primera palabra que viene a mí pensando en ese mundo ajeno es "ambición". Y podría ser una palabra bonita ¿eh?, que hablara de sueños y energías aventureras. Pero no. Cada palabra lleva a la espalda un saco que se va llenando de significados. No se llena solo, lo llenamos nosotras.
Las personas del mundo hemos ido llenando el saco de la ambición con piedras muy pesadas de egoísmo, acumulación, sometimiento, esclavitud, ausencia de empatía, una idea de sálvese quien pueda.
Pero si yo no me considero parte de ese mundo ¿significa esto que yo no tengo egoísmo, ansia de acumulación o sometimiento o sentimientos de esclava, falta de empatía o sálvese quien pueda? No lo creo. Creo que se trata de algo que me repugna, incluso cuando está en mí.



Pero es evidente que estoy pensando en personas muy concretas cuando enuncio esta idea. Hombres y mujeres que han hecho de su ambición su identidad y que, de algún modo, eligen quedarse ahí, en ese mundo. Y lo que ha pasado es que esas personas se han cruzado en mi vida o en la vida de otra gente que se siente como yo. Y como no se trataba de un "estoy de paso" sino de un "me quedo", entonces me han llevado a darle una vuelta más al asunto ya que no me podía librar de ellas y su influencia.
No sé qué siente esa gente. No sé cuáles son los pensamientos que la llevan a tomar unas decisiones determinadas. Pero, a base de observar, he descubierto que no buscan soluciones, sino ganar. Claro que "ganar" de formas a veces muy raras; tan raras que a veces parecen perder desde mi punto de vista. Pero están luchando para ganar, para tener razón, para guardarse todo en el bolsillo. O peor aún, para que las demás personas perdamos, estemos equivocadas y no nos quede nada que entregar. Necesitan que estemos ahí para definirse a sí misma por encima de nuestras cabezas.
Es gente que no busca construir, solucionar, compartir, disfrutar, aprender, experimentar, conocer... Es gente con miedo a perderlo todo, a no saber qué hacer si no fueran así.
Y yo no quiero pagar ese precio.
Pero a veces, me toca compartir espacios, tiempos y energías con esta gente. Entonces creo que lo que tengo que hacer es aprender, construir, conocer, compartir, experimentar y, siempre que se pueda, disfrutar.
Eso a veces duele porque, como dije, no me siento cómoda en la silla que me ofrece ese mundo. Estoy mejor de pie, gracias. Pero para eso tengo que sostenerme sobre mis propias piernas, esquivar los golpes bajos (esta gente entiende mucho de violencias de todo tipo), sujetar la cuerda que me mantiene unida, hacerme entender y no regalar aquello que considero un coste inasumible (esta gente también sabe mucho de dinero, precios y ganancias).
Y me cuesta mucho aprender a disfrutar de esto, pero estoy aprendiendo. No disfrutar al estilo masoquista, sino disfrutar de sentirme fuerte y persistente, de no claudicar, de ser creativa e ingeniosa en mis movimientos, de sentirme cada vez mejor conmigo misma y de sentirme acompañada.

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