1.3.09

No salgo de mi asombro

Empezaré hablando de corazones tristes, desilusionados, crédulos e ilusos.
Sorprendidos de descubrir que las nubes blancas eran de humo.
Desconfiados. Solos.
Desearía que fueras ya un olvido de mis emociones;
pero sigues siendo recuerdo, tan presente que duele sentir.

Te cuelgo interrogantes de los brazos, las orejas, las pestañas.
Pequeños símbolos negros de mi boca muda,
de mis ojos grandes, de mis palmas quietas hacia arriba,
de la indefensión de mi ombligo.

Te estampo en la cara exclamaciones de tinta roja,
sellos inequívocos de mi furioso desconcierto.

Te escabulles cuando intento coser tus palabras y tus gestos
para dar forma humana al tejido de nuestra historia.

No salgo de mi asombro.
Cierro puertas y ventanas a mi alrededor.
Y te espío por un agujerito de mi alma, de reojo,
entre los dedos, como a las agujas.

No quiero saber de ti, nada más.
Ya tengo todas tus dudas en una cajita.

Necesito saber.
Pero no hay testigos, ni pruebas, ni huellas.
No tengo corazonadas, ni pistas, ni certezas indemostrables.

Las cosas como son, no me contarás.
No sabré más que este escalofrío de no saber quién eres
o quién quisiste ser cuando confiaba en ti.

Cuando deje de temblar, podré mover las bisagras;
dejar que entre la luz y mirar de frente sin creer ya
que detrás de unos ojos transparentes podría,
aún allí, esconderse la mentira.

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